miércoles, 28 de abril de 2010

Kiwi motto: I drive, then I exist.

El título de esta entrada es cortesía de un conocido desconocido y me gustó porque describe muy bien la relación estrecha kiwi-vehículo.

Nos compramos tutú nuevo! Y a todos los que me conocen y padecen, o han padecido, mi tan característica indecisión, ha sido la compra menos informada, menos investigada y más decidida que he tenido en mis históricos 30 años. Lo encontramos en trademe, el mercadolibre local, nos comunicamos con los vendedores, establecimos un horario para verlo y después de una revisión de expertas (jajajaj!), que incluyó preguntas sobre servicios técnicos anteriores, inspecciones y registraciones, y un test drive por el barrio, quedamos en volver a comunicarnos para proponerles una oferta. Ese mismo día se realizaba una feria de venta de autos y caravanas para backpackers, así que allí nos dirigimos.... para encontrarnos con los mismos, entre otros, vendedores con rastas, barbas largas, pantalones holgados, havaianas, anteojos de sol y la mirada de holidays-are-over. Analizamos, bueno, mejor dicho echamos un vistazo a las demás ofertas para volver a charlar con nuestros primeros y únicos vendedores. Y esperemos no pecar nuevamente de confiadas, pero nos cayeron bien y pareciera que eso bastara para la compra de un auto. Es un Mitsubishi Chariot, valor $1500, nombre: Pukeko, en honor a un tano que solo quería que fuéramos a Samoa.

miércoles, 21 de abril de 2010

MUJERES BRAVAS, por Héctor Abad (escritor colombiano)

Texto gentileza de una mujer brava... y quien les escribe lo lleva en el apellido...

Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas.


A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran “no más usted me avisa y yo le abro las piernas”, siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.

Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Los varones machistas somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza.

Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.

Vamos hombres, por esas mujeres bravas!!!!!!!!!!

domingo, 18 de abril de 2010

Picker Picketer

Ya me habían advertido de que tuviera cuidado de que acá, tal vez como en muchos otros lugares, incluso en nuestro mismísimo país, me iban a cagar. Y hoy me sentí defraudada. Voy a tratar de resumir brevemente la historia. Una mañana estaba muy feliz y muy contenta yo en el hostel y llega una señora, se presenta como Ana y ofrece trabajo para juntar olivos, deja su información de contacto en el pizarrón. Como los dos días subsiguientes teníamos libres, le dije a Maru vamos a ver qué onda, solo por curiosidad, para aprender, qué sé yo… y allí fuimos. El tema es que nunca encontramos el lugar de esta potencial empleadora y al retornar entramos en Casita Miró, un viñedo familiar, con un aspecto muy colonial atendido por una señora de aspecto muy amigable, como todos. Al llegar a la isla y emprender mi búsqueda de trabajo tuve mi primera entrevista de trabajo allí. Quedó en llamarme y el llamado nunca se concretó. Retomemos, una vez allí consultamos a otra señora dónde quedaba este sitio y nos dijo que quedaba lejos y nos ofreció juntar olivos allí mismo, como había unos noruegos que paraban en nuestro mismo hostel, allí nos quedamos. Lo que al principio pensábamos que iba a ser solo un tema de curiosidad y nada más terminó convirtiéndose en 24 horas de trabajo, distribuidas a lo largo de la semana. Las tareas incluyeron juntar olivos y uvas, nada muy extenuante… pero el trabajo se paga. Cuando finalmente hablamos del pago, acordamos que nos pagaría en efectivo porque al tener ya un trabajo fijo nos deducirían el doble de impuestos, y si bien un poco reticente, aceptó el acuerdo. Pasó una semana y nunca nos llamó, sabemos que no hay una excelente cobertura en la isla, pero de excelente a nula, hay una gran distancia. Nos presentamos nuevamente, luego de armar una especie de argumentación en mi cabecita. Sorprendentemente, aceptó todo sin ningún problema y agendó que el viernes nos llamaría y tendría el dinero listo. Como es de suponer, una vez más nunca nos llamó, así que hoy volví a presentarme en las instalaciones de lo que ahora ya se convirtió en este puto viñedo. Me saludó con un exceso de amabilidad y me miró como si no me conociera. Le dije que estuvimos esperando su llamado y que quería recibir mi pago. Se fue a fijar si tenía efectivo y regresó con dos papeles de Monopoly todos garabateados. Justo tuvo que cobrar a unos clientes y mientras tanto yo seguía intentando descifrar de qué modo tan astuto me estaba cagando. Cuando se desocupó me dijo que no tenía efectivo y yo quería el dinero hoy, me dio dos cheques, me descontó los impuestos (cosa que ya estaba más que acordada que no lo haría) y me dejó desilusionada y defraudada. Por qué: porque odio la gente que no se compromete, who don’t stick to what they say y que encima te saluda: hola hermosura y te da un abrazo. No quiero decir que todos los kiwis sean así, y ya sabemos que hay muchos argentos chantas también, pero estoy enojada con la gente que no tiene honor, que no es transparente y que no tiene principios. Y estoy enojada conmigo misma porque una vez más, como muchas otras veces en situaciones similares, me quedé helada y no me defendí. Bueno, perdón si los aburrí, solamente me quería descargar. Gracias por escucharme.