domingo, 18 de abril de 2010

Picker Picketer

Ya me habían advertido de que tuviera cuidado de que acá, tal vez como en muchos otros lugares, incluso en nuestro mismísimo país, me iban a cagar. Y hoy me sentí defraudada. Voy a tratar de resumir brevemente la historia. Una mañana estaba muy feliz y muy contenta yo en el hostel y llega una señora, se presenta como Ana y ofrece trabajo para juntar olivos, deja su información de contacto en el pizarrón. Como los dos días subsiguientes teníamos libres, le dije a Maru vamos a ver qué onda, solo por curiosidad, para aprender, qué sé yo… y allí fuimos. El tema es que nunca encontramos el lugar de esta potencial empleadora y al retornar entramos en Casita Miró, un viñedo familiar, con un aspecto muy colonial atendido por una señora de aspecto muy amigable, como todos. Al llegar a la isla y emprender mi búsqueda de trabajo tuve mi primera entrevista de trabajo allí. Quedó en llamarme y el llamado nunca se concretó. Retomemos, una vez allí consultamos a otra señora dónde quedaba este sitio y nos dijo que quedaba lejos y nos ofreció juntar olivos allí mismo, como había unos noruegos que paraban en nuestro mismo hostel, allí nos quedamos. Lo que al principio pensábamos que iba a ser solo un tema de curiosidad y nada más terminó convirtiéndose en 24 horas de trabajo, distribuidas a lo largo de la semana. Las tareas incluyeron juntar olivos y uvas, nada muy extenuante… pero el trabajo se paga. Cuando finalmente hablamos del pago, acordamos que nos pagaría en efectivo porque al tener ya un trabajo fijo nos deducirían el doble de impuestos, y si bien un poco reticente, aceptó el acuerdo. Pasó una semana y nunca nos llamó, sabemos que no hay una excelente cobertura en la isla, pero de excelente a nula, hay una gran distancia. Nos presentamos nuevamente, luego de armar una especie de argumentación en mi cabecita. Sorprendentemente, aceptó todo sin ningún problema y agendó que el viernes nos llamaría y tendría el dinero listo. Como es de suponer, una vez más nunca nos llamó, así que hoy volví a presentarme en las instalaciones de lo que ahora ya se convirtió en este puto viñedo. Me saludó con un exceso de amabilidad y me miró como si no me conociera. Le dije que estuvimos esperando su llamado y que quería recibir mi pago. Se fue a fijar si tenía efectivo y regresó con dos papeles de Monopoly todos garabateados. Justo tuvo que cobrar a unos clientes y mientras tanto yo seguía intentando descifrar de qué modo tan astuto me estaba cagando. Cuando se desocupó me dijo que no tenía efectivo y yo quería el dinero hoy, me dio dos cheques, me descontó los impuestos (cosa que ya estaba más que acordada que no lo haría) y me dejó desilusionada y defraudada. Por qué: porque odio la gente que no se compromete, who don’t stick to what they say y que encima te saluda: hola hermosura y te da un abrazo. No quiero decir que todos los kiwis sean así, y ya sabemos que hay muchos argentos chantas también, pero estoy enojada con la gente que no tiene honor, que no es transparente y que no tiene principios. Y estoy enojada conmigo misma porque una vez más, como muchas otras veces en situaciones similares, me quedé helada y no me defendí. Bueno, perdón si los aburrí, solamente me quería descargar. Gracias por escucharme.

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