jueves, 23 de septiembre de 2010

Día 4



Día espléndido en el muelle. Como era martes, el barco grande no salía en el horario de las 12 por tareas de mantenimiento. Compramos los boletos para el próximo, que salía a las 2. Durante la dulce y larga espera, dado que estábamos allí desde las 11, conocimos a una joven pareja samoana. Ella, Tofi, blusa y pollera floreada muy colorida, anteojos con detalles en dorado y cartera Luis Botón. Él, Api, remera, pareo y anteojos tipo aviador espejados. Una pareja samoana muy topísima! Muy desenvueltos en inglés, nos contaron que eran pastores de la iglesia Asamblea de Dios, que se habían ido a American Samoa a “descansar”, descansar de qué si trabajan un día a la semana!!! Tofi nos interrogó acerca de todo… de todo lo que ganábamos y gastábamos. Y yo muy curiosamente también indagué acerca de sus ingresos, que provenían de las donaciones de los feligreses y que seguramente patrocinaron el viaje. Cuestión que la gente se empezó a amontonar detrás de un portón, con Maru nos preguntábamos por qué tanta urgencia si todos teníamos pasaje. Un final muy previsible: nos cerraron la puerta en la cara, detrás de Tofi y Api que habían logrado pasar sin problema. Yo no podía creerlo, una bronca impresionante. Sin vergüenza alguna, utilicé mis contactos y grité Tofi, Tofi desde detrás de la reja. Obviamente, una imagen patética. A lo lejos, la Mariana Nannis del Pacífico me dice agitando la mano: “ring me, ring me!”. F.O. Punto y aparte. No nos quedó otra que esperar el ferry de las 4. Cuando me di vuelta para ver quiénes éramos los que habíamos tenido tanta mala suerte, no me sentí tan mal al ver a todo el turistaje.
Llegamos a Salelologa y tomamos el colectivo que, con suerte, nos dejaría en Aganoa Beach, una de las playas recomendadas. Una vez arriba del colectivo, el asistente de colectivero, que para entonces aún no sabíamos que esa era su ocupación, agarra la mochila de Maru. Con la desconfianza que nos hemos criado y acostumbrado en nuestro querido país, pensamos que este pibe se bajaba y rajaba con la mochila en la primera de cambio. Le hago seña para que deje la mochila donde estábamos nosotras y nos indica que ahí teníamos que bajarnos. Nos tira las mochilas en el pastito y nos da la bendición. Había un portón y un camino angosto. Ningún cartel a la vista. Pero siempre digo que tengo mucha suerte y apareció un tipo en una van que iba para el mismo lugar que nosotras, ya que trabajaba ahí. Estuvimos en la van como 10 minutos, así que considero que fue un regalo del cielo.
El lugar era hermoso, la playa no era muy grande y no logramos negociar mucho el precio, pero no cabía la posibilidad de volver caminando a la entrada, así que el lugar era fantástico. Entre los otros huéspedes, había dos surfistas australianos medio veteranos, dos chicas de Christchurch y un mini kiwi. Cena con todos los huéspedes y a la cucha con toda la mosquitada.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio